Si usted no tiene idea de que es Espectro Patronum, Petrificus Totales, Sectusempra o Adava Kedabra, ni para que sirven; tampoco tiene idea quien carajos es Dumbledore o Dolores Umbridge, mejor ni se acerque a ver la primera parte de esta septalogía porque quedará frio y no precisamente por el aire acondicionado de la sala.
Si a usted le da pena que lo vean en una sala en la que se va a observar al pequeño mago que vimos crecer y que ahora ni es pequeño, pero sigue siendo mago, no se preocupe de lo que piensen los demás, porque de vez en cuando hay que dar rienda suelta a la imaginación y poder creer que existe un mundo de magia alterno al mundanal actual y que el resto somos Muggles (personas que no tenemos conocimiento de magia).
Creo que la magia alguna vez nos pasó por la cabeza en la niñez, algunos querían volar como Superman –y no lo lograron-, y hay quienes como yo, soñaban con ser brujas en vez de princesas. Y soñaban con castillos mientras yo dormía al lado de un VHS y un libro de “Cómo leer el Tarot”.

Todos vimos crecer a Harry Potter y sus amigos durante estos años, yo los vi crecer en dos días gracias a una maratón, y mientras me introducía en ese mundo me preguntaba acerca de la genialidad de J.K Rowling, y que clase de mente se necesita para crear siete libros con una descripción detallada de tantos elementos que rayan en lo absurdo. Definitivamente quisiera conversar con la autora para saber que es lo que tiene en la cabeza.
En resumen, el ensamble actoral es perfecto, encabezado por la mística perfección del personaje de Voldemort interpretado por Ralph Phiennes, quien puede trasladarse de ser un amante turbado –como lo referenciamos comúnmente- hasta llegar a ser un malvado señor de la oscuridad con una precisión tan genial que raya en la perfección. De aquí en adelante las brillantes actuaciones de Radcliffe y de la siempre oscura, una de mis favoritas, Helena Boham Carter, a quien reconocemos además de su gusto por estas interpretaciones que se salen de lo común, por ser compañera sentimental de Tim Burton.
Esta versión viene sin la mítica escuela de Hogwartz, lo cual le brinda un carácter más libre a la narración, además del comienzo de etapa de adultez de Potter le brinda un mejor sabor y una mayor fluidez a ésta, además de que cuando el espectador ya llega a ver la séptima versión se encuentra tan enamorado de los personajes que es más fácil para él comprender sus acciones.

La dirección de arte es elevada a su máxima expresión con la oscuridad a la que nos tiene acostumbrados Andrew Ackland quien ha coloreado la imagen desde la primera versión de esta septalogía hasta el momento. De igual forma David Yates, su director general, hace un excelente trabajo al madurar la adaptación de la obra en las últimas cuatro versiones.
Este será un filme entretenido para el espectador desprevenido y para el fan acérrimo será una hermosa transición hacia la destrucción de Lord Voldemort, porque según la profecía, alguno de los dos deberá perecer al final, y como Rowling acabe a Potter se las verá mal con un montón de gente. Un filme que nos sigue demostrando la importancia de un mentor en tiempos tan oscuros como los actuales.
Escena para no perderse: La destrucción del tercer Horrocruz. Y todas donde aparece Voldermort.
Mi recomendación: Si ya se ha visto las anteriores sabrá que la duración es de promedio más de dos horas de cada versión, así que haga el paso por el baño antes de ingresar a la sala.