OBSESIONES

Reseñas de cine con carácter crítico.

12/13/2011

MONEYBALL

Publicado por Carolina Pardo Delgado |




Los pitagóricos tenían la concepción de que todas las cosas son numerables, y muchas de ellas, las podemos expresar numéricamente, entendida esta teoría como “el número como principio de la naturaleza”. Por lo cual no es de extrañar que un jugador de béisbol pueda ser medido con base en números. Y mucho menos que Billy Beane, el manager de los Oakland Athletics, se haya identificado con este principio para guiar al éxito a su equipo.

Este filme demuestra que la genialidad no tiene límites, así como tampoco lo tiene la recursividad. Un hombre sin escolaridad superior utiliza la sabermétrica (o análisis estadísticos) para llevar a cabo un plan en el que utiliza a jugadores que generalmente son rechazados por otros equipos, ya sea por cuestiones de edad, de estilos de lanzamiento, actitud o por cómo luce su novia – tan irrisorio como cierto-, y crea una plantilla de jugadores que al inyectarles la dosis exacta de confianza terminan por romper un récord estadounidense histórico en número de juegos seguidos ganados.

He aquí el gran logro del filme al adaptar la esencia del libro de Michael Lewis “Moneyball: El arte de ganar un juego incierto”: demostrar que hay otras formas de evaluar a un jugador sin que la temidas implicaciones subjetivas intervengan, las cuales impiden ver los posibles diamantes en bruto. La guerra entre intuición y revolución numérica es la línea argumental principal insuflada en esta historia con bajos egos pero que demuestra como las estadísticas cambiaron el imaginario del juego.

Puede que al espectador habituado a historias facilistas le disguste la austeridad y el bajo aire triunfalista de este filme, que la encuentre un poco insulsa debido a la ausencia de cuotas exacerbadas de emocionalidad. Porque sus emociones precisamente yacen debajo de la superficie, en el subtexto, en lo que no se ve a simple vista. En aquellos momentos de silencio donde parece decir nada, es precisamente cuando más se dice.

Ya Bennet Miller, su director, había girado su vara mágica para enaltecer a Phillip Seymour Hoffman en “Capote”, guiándolo hacia el Oscar, de igual forma, Brad Pitt con esta representación carismática, madura, sólida, austera, emotiva aunque restringida, y con un agudo sentido del humor, se ve igualmente encaminado a formar la plantilla de los nominados a la estatuilla dorada en el 2012. A la cinta parece haberle favorecido el cambio de Soderbergh a Miller después de que el primero renunciara al proyecto. Como resultado: un estilo directorial pausado, maduro y asertivo.

Igualmente ya hay quienes han señalado a esta cinta como la mejor pieza fílmica que se haya hecho sobre béisbol en la historia del cine y hay quienes la han comparado debido a su componente erudito con “The Social Network” (punto en común el co-guionista Aaron Sorkin): debido a la presencia de las estadísticas como base para la reingeniería del juego y a la de un nerd recién graduado de Yale en Economía quien se convierte en la mano derecha de Beane, al compenetrarse tan sagazmente que pareciera se leyeran la mente entre sí.

Entre los componentes a resaltar se encuentran: la excelsa fotografía tanto en planos abiertos como cerrados, el manejo de cámara que por momentos le otorga una cualidad intimista a la narración visual. Una edición fluida que alterna constantemente entre flashbacks históricos y momento presente (tipo documental).

Para aquellos quienes no somos entendidos del juego, puede que algunos datos y tecnicismos nos resulten frustrantes, pero el método de intercambio de jugadores entre equipos como objetos, y la sabiduría para negociarlos, diferenciar tanto los sobrevalorados como los subvalorados –debido a prejuicios de los directivos en la industria- si bien no logra romantizar del todo el juego, por lo menos nos invita a mirarlo con otros ojos.

Puede que el personaje de Billy Beane interpretado por Pitt esté lejos de las estrategias usuales para los Oscares, pero bien puede batear un jonrón inesperado. Esperemos que este filme no se aferre ulteriormente a la seguridad de la primera base, sin darse cuenta que ha hecho un jonrón, o que por lo menos, está a la vista.

Escena para no perderse: Absolutamente todas. Especial mención para el jonrón.

Mi recomendación: No la descarte por su temática restringida. Puede que tenga una sorpresa.



Tal como cuando una persona genera posiciones radicales debido a su excéntrica forma de ser, es decir, que logra ser amada u odiada en su máximo exponente es como auguro o ratifico que puedan estar apreciando este filme quienes lo vean en un futuro o lo hayan visto. Una visión tan disímil como unísona que podrá ir generando ya sea buenos consensos o terribles disparidades.

Y tengo que advertir que su elevado contenido sexual (no solo a copular me refiero), puede que interfiera con el visionado para algunos puristas o religiosos extremistas. Tanto, que por momentos me sentí viendo un filme pornográfico con diálogos inteligentes.

Y como para amar algo hay que conocerlo, (es irrisorio tener sentimientos por lo que sea sin esta condición) temo que sea entendida solo por quienes han tenido la fortuna de revisar la filmografía de Pedro Almodóvar, ya que viene siendo, -me atrevo a afirmar- una especie de conjunción entre “Átame” y “La mala educación”, de las cuales extiende algunos elementos.

Componentes como el indispensable color rojo, línea argumental melodramática en exceso, una dirección de arte que a cualquier persona de extrema sensiblería fácilmente le provocaría un orgasmo visual, un guión que poco más o poco menos parece ser traído de los cabellos, pero que va relacionado con la personalidad retorcida del genio Almodóvar, conforman sus percepciones maduras de la vida.



Un filme que combina varios géneros, pero que en últimas se va quedando en medio del Horror, como protagonistas, un científico loco con un plan macabro, una mujer captiva con cierto síndrome de Estocolmo enrollados en una claramente desviada atracción sexual psicótica. Como plato fuerte, la química entre Antonio Banderas y Elena Anaya que por momentos es ausente, pero que se retoma en otros.



Roberto, el cirujano maquiavélico de la historia, ejerce una dominación sobre todos los personajes de la misma. Aunque en el fondo no siente nada por ninguno, ellos representan los medios para satisfacer su obsesión de crear una piel única en su especie. Una especie de Victor Frankestein postmoderno, un tanto lujurioso –extraña e hilarante combinación- que termina por confundir el orgullo de su creación por atracción física junto a cuotas exacerbadas de erotismo.

Estas y otras perversiones de índole psicológicas y sexuales, que esta vez extraviaron el romance serán reiterativas durante las casi dos horas de metraje, así que si no está cómodo con estas situaciones es mejor que se abstenga de su visionado.

A resaltar ampliamente el diseño de producción de la obra en su totalidad, la restricción directiva de Almodóvar que va guiado a formar un equilibro ante las actuaciones desmedidas de sus personajes, incluyendo a la actriz Marisa Paredes – la reina por excelencia en la desmesura, - y su línea en el filme un tanto risible, “… llevo la locura en mis entrañas”. Los constantes fetiches de su director como la obsesión, belleza, la locura, venganza, sexo y pasión, aparecen una vez más en este thriller, melodrama horrorífico que toma lugar en una mansión solitaria.

Ciertas simbologías recurrentes le otorgan riqueza como la figura fálica, que se puede apreciar en la máscara que utiliza la protagonista en el poster central, un maniquí que avanza en la calidad de su elaboración – de paja y medio vestido a un exquisito atuendo rojo con collar- invita a pensar en una transición de la protagonista. Y un posible símbolo Ying-Yang que se forma en el rostro de ésta mientras dibuja sombras y luces. Un libro de Louis Bourgeois –escultora francesa fallecida el año pasado- y varias esculturas semejantes a su obra son manipuladas por Vera-la protagonista- , las constantes de Bourgeois, la utilización del cuerpo femenino como objeto, la sexualidad, trauma y alienación parecen entremezclarse con perfección a lo que desea expresar Almodóvar. Vera observa en la televisión una escultura de título “Siete en la cama”. Asimismo, el sentido de querer poseer al “ser amado”, tras ser espiado a través de una pantalla, ya lo habíamos visto en “Los Abrazos Rotos”.

La riqueza artística no es opacada por la historia que bien no tendrá cabida en muchos espectadores que estén cerrados a diferentes formas de expresar sexualidad en el ser humano. Y a pesar de que tuve que tomar cierto tiempo para digerirla después de quedar en un ligero choque mental, aplaudo el regreso maquiavélico de Banderas al cine español que le cae como anillo al dedo.

Escena para no perderse: Absolutamente todas.

Mi recomendación: Por su alto contenido sexual, abstenerse menores de edad, puristas, religiosos extremistas, o personas sensibles a altas dosis de horror psicológico.





Qué tanto asco nos puede llegar a producir la corrupción política que muy bien parece haberse apegado a aquello de que “el fin justifica los medios”, es la premisa central de esta historia que aunque no revela más allá de lo que promete, por lo menos sienta las bases para inmiscuirse en las trastiendas de la más cruda ambición.

Ryan Gosling, secretario de prensa del gobernador es un feroz idealista que dejaría de lado a quien fuera que entorpeciera su camino, y quien en plenas elecciones primarias presidenciales entrará con bombos y platillos en medio de un enérgico escándalo que pone a prueba sus ya de por sí, escasos valores morales.

Y muy a pesar de su narración lenta, justo después de los primeros cuarenta minutos, cuando se siente que la historia no va para ningún lado, toma fuerza y nos sacude emocionalmente de tal manera que empezamos a verla con otros ojos. Un escándalo está a punto de salir a luz y Gosling hace lo suyo para tratar de “arreglar” el asunto. Pero como buen joven inexperimentado, les ha entregado la carnada perfecta para los grandes tiburones que merodean a su alrededor dispuestos a atacar.

Para aquellos quienes deseen revisar el tráiler para elegir entre verla o no, éste parece no decir nada y todo a la vez. Porque precisamente los puntos claves más celestiales del filme radican en lo innombrable, en lo inmostrable, en lo inexplicable. (Tendrán que verlo por ustedes mismos)

Sentarse por cuarta vez en la silla de director le debe presuponer un gran goce a Clooney quien después de haber “sudado la camiseta” como actor, se le ve que nada en aguas totalmente conocidas.

La razón de éxito de Clooney: ha elegido una historia profundamente sarcástica que raya en el más absurdo de los cinismos y que eleva las disquisiciones profundas acerca de la corrupción, eligiendo un excelso complejo actoral para proporcionarle un exquisito aderezo: Ryan Gosling, Phillip Seymour Hoffman, Paul Giamatti y Marissa Tomei. Y es en estas poderosas actuaciones con las que su bajo presupuesto experimenta el más superlativo de los clímax.

Y como tenemos conocimiento, la generación de noticias y la producción cultural de un país proporciona un imaginario colectivo entre los extranjeros, lo que los invita a señalar un país como peligroso, corrupto, o potencia máxima, y demás infinidades de percepciones que les produzca su mente. Es de saber que Hollywood tiende a señalar a Estados Unidos como el país héroe, entre el resto que somos unos parias del mundo. Razón por la cual para aquellos quienes vemos el filme fuera de su territorio, nos sorprende que se muestre el otro lado de la moneda, el mismo que recurren a esconder por todos los medios a través de posiciones heroicas y muchas veces edulcoradas a su máximo nivel. Por lo tanto, ver la elevada corrupción política de sus protagonistas nos estremece hasta los huesos. Hechos de ficción que bien pueden experimentar cabida en la realidad.

Asimismo, detrás de esta historia podemos ver como se mueven dos pesos pesados de la industria fílmica hollywoodense: George Clooney (director) y Leonardo Dicaprio (productor ejecutivo), y contrario a lo que se podría pensar, en vez de ahogar a quien bien podría ser su contendor para los oscares: Gosling, le ceden el puesto de protagonista. Y Clooney como director le abre el espacio perfecto para que brille en todo su esplendor y como actor le otorga un cara a cara –escena con una iluminación bastante destacable-, que lo pone a prueba. Clooney así, le abre camino para que Gosling madure libremente. Es claro que estos hombres ven a la industria como un monte Everest para escalar, para el cual de manera estratégica necesitan de un equipo que no se pise de manera irracional los talones entre si, sino que se inviten a compenetrarse libremente, premisa que irónicamente es la antítesis de la que aparece en el filme.

Desde aquí le auguro un buen futuro. Esperemos que llegue a los Oscares, y que ojalá a pesar de su disminuido mercadeo y bajo presupuesto logre seducir a los miembros de la academia.

Escena para no perderse: Absolutamente todas.

Mi recomendación: No se pierda de este drama político que sitúa a Gosling como un naciente actor maduro.

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