Este filme demuestra que la genialidad no tiene límites, así como tampoco lo tiene la recursividad. Un hombre sin escolaridad superior utiliza la sabermétrica (o análisis estadísticos) para llevar a cabo un plan en el que utiliza a jugadores que generalmente son rechazados por otros equipos, ya sea por cuestiones de edad, de estilos de lanzamiento, actitud o por cómo luce su novia – tan irrisorio como cierto-, y crea una plantilla de jugadores que al inyectarles la dosis exacta de confianza terminan por romper un récord estadounidense histórico en número de juegos seguidos ganados.
He aquí el gran logro del filme al adaptar la esencia del libro de Michael Lewis “Moneyball: El arte de ganar un juego incierto”: demostrar que hay otras formas de evaluar a un jugador sin que la temidas implicaciones subjetivas intervengan, las cuales impiden ver los posibles diamantes en bruto. La guerra entre intuición y revolución numérica es la línea argumental principal insuflada en esta historia con bajos egos pero que demuestra como las estadísticas cambiaron el imaginario del juego.
Puede que al espectador habituado a historias facilistas le disguste la austeridad y el bajo aire triunfalista de este filme, que la encuentre un poco insulsa debido a la ausencia de cuotas exacerbadas de emocionalidad. Porque sus emociones precisamente yacen debajo de la superficie, en el subtexto, en lo que no se ve a simple vista. En aquellos momentos de silencio donde parece decir nada, es precisamente cuando más se dice.

Ya Bennet Miller, su director, había girado su vara mágica para enaltecer a Phillip Seymour Hoffman en “Capote”, guiándolo hacia el Oscar, de igual forma, Brad Pitt con esta representación carismática, madura, sólida, austera, emotiva aunque restringida, y con un agudo sentido del humor, se ve igualmente encaminado a formar la plantilla de los nominados a la estatuilla dorada en el 2012. A la cinta parece haberle favorecido el cambio de Soderbergh a Miller después de que el primero renunciara al proyecto. Como resultado: un estilo directorial pausado, maduro y asertivo.
Igualmente ya hay quienes han señalado a esta cinta como la mejor pieza fílmica que se haya hecho sobre béisbol en la historia del cine y hay quienes la han comparado debido a su componente erudito con “The Social Network” (punto en común el co-guionista Aaron Sorkin): debido a la presencia de las estadísticas como base para la reingeniería del juego y a la de un nerd recién graduado de Yale en Economía quien se convierte en la mano derecha de Beane, al compenetrarse tan sagazmente que pareciera se leyeran la mente entre sí.

Entre los componentes a resaltar se encuentran: la excelsa fotografía tanto en planos abiertos como cerrados, el manejo de cámara que por momentos le otorga una cualidad intimista a la narración visual. Una edición fluida que alterna constantemente entre flashbacks históricos y momento presente (tipo documental).
Para aquellos quienes no somos entendidos del juego, puede que algunos datos y tecnicismos nos resulten frustrantes, pero el método de intercambio de jugadores entre equipos como objetos, y la sabiduría para negociarlos, diferenciar tanto los sobrevalorados como los subvalorados –debido a prejuicios de los directivos en la industria- si bien no logra romantizar del todo el juego, por lo menos nos invita a mirarlo con otros ojos.
Puede que el personaje de Billy Beane interpretado por Pitt esté lejos de las estrategias usuales para los Oscares, pero bien puede batear un jonrón inesperado. Esperemos que este filme no se aferre ulteriormente a la seguridad de la primera base, sin darse cuenta que ha hecho un jonrón, o que por lo menos, está a la vista.
Escena para no perderse: Absolutamente todas. Especial mención para el jonrón.
Mi recomendación: No la descarte por su temática restringida. Puede que tenga una sorpresa.